13/07/10
Fuente: José Bahamonde – Mendoza.
Fue un viernes por la noche. La propuesta era probar 15 vinos en los papeles importantes, había bastante gente distribuida en mesas de 10 personas cada una. Me tocó sentarme, previa manipulación de circuito, velocidad de paso y observación precavida, con un grupo de gente piola, de esos con los que te gustaría compartir algo más, en otro lugar, en otro contexto, con otra ropa. Empezó la faena y obviamente al 5to vino ya los ánimos se habían enardecido, el diálogo había subido de tono, y los chistes y las promesas aparecieron entre las risotadas sin pudor. Siguieron a los aplausos fuera de momento y a alguna que otra confesión que sonrojaba, una propuesta a cenar el lunes en el restaurante dirigido por Lucas, un buen chef compañero de mesa. Todo quedó ahí, como en un freezer de fin de semana.
El lunes me levanté con esa sensación de que algo bueno tenía que hacer, viste que los lunes definís tu semana por esas primeras sensaciones con los ojos cerrados, no? Y si, era la posible y lejana reunión de la noche. Con cierto temor, confirmé telefónicamente si aquello no había sido una de las tantas promesas truncas motivadas por los excesos. No, repitió enfáticamente Julio con seriedad (Julio se toma siempre en serio las reuniones en torno a una o varias botellas de buen vino), a las 9 nos juntamos en la puerta de hotel, me dijo ah y acordate que vamos en pareja.
Se hicieron las 8 y media y pasé a buscar a Gabi, una amiga divertida y muy linda, que aportaría por su desconocimiento total del grupo, debo reconocer que me gustan las mezclas que en apariencia suenan imposibles. Llegamos al hotel y Julio estaba entrando con Pamela, entre abrazos con botellas en las manos, llegamos al restaurante. Ya habían llegado Ale y Bernardo, Mario y su novia y estaba Lucas, el chef, como anfitrión de la noche. En una mesa a nuestro lado, como imponentes totems estaban las gloriosas botellas destinadas a morir, Ale (capo el Ale) y Bernardo, habían llevado un Lafite Roschild 1994, un Malbec Argentino de Catena 2001, un Estiba Reservada 99 y otro 97. Mario un Premier Cru de la Bourgogne y Julio un Noemía. después de admirar esa vidriera como un niño a su primera teta, puse mi botella junto a las otras, un Chateau La Graviere 2001 a la que se sumó un Green Point Shiraz Reserve australiano que trajo un matrimonio de médico y periodista que llegaron al final.
Mezcla de honor y ansiedad me llevaron a pedirle al somelier el descorchador bajo la promesa de que yo me hacía cargo. Cuando me acerqué nuevamente a la mesa con el arma en mano, advertí el primer gran desafío, abrir el Lafite 94 ante las aseveraciones del Ale: no te preocupés a todos los que abrí les rompí el corcho. Pensé, la puta justo yo me meto en esto, pero también se me despertó esa cosa desafiante y sin más le encaré con toda la paciencia, el resultado: se partió el corcho por la mitad pero salió impecable. Prueba superada, me dije.
El Ale propuso decantar el vino en la copa, y sirvió, el Lafite que fue un tren de ida, a cada rato pasabamos por estaciones desconocidas que te dejaban sorprendido y ganaba y ganaba y se hacía más complejo, hasta maldecir en la última gota, un lujo de corta duración. Luego Bernardo, pidió el cambio y se propuso abrir el Estiba 99, lo servimos, lo bebimos impresionante, franco, sedoso, elegantemente balanceado. Debo reconocer que degustar con el Ale y Bernardo es un viaje, los tipos de te llevan de la mano por descriptores tremendos que te inundan la mente cada vez que te los dicen. Y están, los jazmines de lluvia, las frutas cocidas, la tierra turba y tanta poesía. Y empezaron a traer los platos, que no describiré intentando maridajes, porque me aburre. Comimos una crema de wasabi con bastones de pepinos y zanahorias crudas, luego una sopa francesa de mariscos con una tostada perfecta por su salsa, y un langostino a la plancha, siguió un pescado que no recuerdo bien porque no anoté por la emoción de los vinos, perdón! seguimos con un caracú tremendo con puré de papas, perejil y ajo, más tarde un cordero jugosísimo con una crute de hierbas y terminamos con un festival de postres entre chocolates, merengues a un punto increíble, cremas muy suaves y basta ya de explicar tanta cosa rica y volvamos a lo que me cambió la vida. Escribiendo esto detecto por primera vez que entre vid y vida sólo existe la mínima distancia de la primera vocal (un dato que sólo aporta en lo poético).
Lamentablemente el Premier Cru estaba atacado por el corcho, PMQLP exclamamos todos y en especial Marito, obvio que lo decantamos un rato y al final también murió dignamente. Pasamos por el Noemía que fue una explosión de fruta mientras el Ale elogiaba las tierras de sur y expresábamos la necesidad de potenciar nuevas zonas y nuevos varietales argentinos. Llegamos al Malbec Argentino, fue emocionante cuando el Ale nos contó que fue su primer Gran Vino en Catena y relató la historia (con sus toques desopilantes, obvio) del puntaje de Parker y de su posicionamiento en la bodega, el vino, hoy casi una pieza de colección, muy emotivo, mezcla de elegancia con potencia, de sutileza y poder, como siempre me divierten los juegos mentales ridículos, me imaginé a una frágil geisha japonesa vestida con un kimono de seda blanco y violeta metiendo un fierrazo a 3 dedos desde 35 metros que explotaba la red en el ángulo invertido. Eso es el Malbec argentino, una explosión que te dan ganas de gritar por su origen fino, de alcurnia y elegante. Un dato menor: también escribiendo esto, noto que entre sed y seda sólo una perfecta letra a se cuela entre diferencias y similitudes poéticas.
Todos sabemos lo que es un Catena 99, probablemente el Ford Farlaine que condujo a tantos presidentes, elegante, grandilocuente pero cercano y virajeando por nuestras calles indomables. Turno de La Graviere, el Ale lo movió, Bernardo lo testeó en la nariz, Julio cerró los ojos, Gabi sonrió, y los elogios llegaron, que vino rico, así lo describo, lejos de los dogmatismos de tanto periodista con pretenciones, rico, dan ganas de tener una caja bajo la mesa cuando abrís la botella, el merlot con su acidez perfecta y un toque de cabernet franc que le da el equilibrio, la promesa que se cumple en la boca con una dignidad inigualable. Y el Ale que elogia a Pelleriti, su amigo, el colega con el que tira paredes entre tanto defensor salvaje y malaleche. Turno de un Estiba 97 con un poco de corcho, que fue olvidado a los 20 minutos (el corcho, no? porque lo tomamos todo), también elegante y sedoso, vivísimo a pesar de sus esotéricos 13 otoños. El Shiraz pasó bien, entre ahumados, cauchos y maderas, estilo clásico australiano y bueno, muy bueno.
El Ale se paró, me pidió que lo acompañara a la cava, vino Bernardo, Gabi y Lucas, estiramos las piernas un ratito y buscando encontramos varias joyitas entre ellas un DV Nicasia, el Ale se rió y dijo: este vino lo hice en vines de plástico, fue mi primer vino en Catena, y varios se burlaron y ahora el que me río soy yo, destino, qué palabra, pienso. Regresamos a la mesa, lo abrimos, lo probamos, por Dios, impecable, voluminoso, armónico, gordo y fresco, un vinazo. Nos reímos mientras llegaban botellas de varios espumantes que no voy a nombrar, sirvieron para lo que habían sido convocados, para el choque de las copas entre la exageración de las miradas (por aquello de los 7 años de sequía!), para nuevas promesas tan serias como excesivas, para refrescar el paladar y decirnos a punta de burbujas que no era un sueño lo que habíamos tomado, que esa noche era una inexpugnable verdad que duele y regocija.
Julio, embelezado con los vinos, Pame, compañera a morir de sonrisa permanente. Gabi, hermosa, en todo hermosa. Lucas, un gladiador que salió al circo en un día difícil, se sumaron leones a pelear inesperados para la noche de un lunes de invierno. Marito, atento a todo y todos, su novia, atenta a Marito y a los vinos. Bernardo, qué tipo Bernardo, la paz de un grande, la humildad de un hombre en paz. El doctor, metiendo bocado y admirando. La periodista, disfrutando y opinando, no se olviden que dije periodista. Y el Ale, de una grandeza que desorienta, mutás en la percepción de si es un genio que está completamente loco o es un genio que está completamente cuerdo, la respuesta siempre la tienen dos pibes que andan bien, un tal Nicolás Catena que lo ungió como rey de su comarca y un tal Robert Parker que empecinado con los números lo llama 98+. Y yo, un humilde servidor que juega a vivir feliz entre varios amigos que están completamente locos y evitando a varios enemigos de una aberrante cordura inentendible…